El diamante es, sin duda, una de las gemas más fascinantes del mundo. Su belleza y brillo lo han convertido en símbolo de lujo y eternidad, pero su verdadero valor va más allá de lo que se ve a simple vista. La estructura interna del diamante —basada en una red cristalina de carbono puro— es la responsable de su dureza excepcional y de su capacidad para reflejar la luz de forma única. Además, la forma en que se talla el diamante influye directamente en su brillo, su simetría y su valor en el mercado. Por eso, conocer tanto la composición como la forma de un diamante no es solo un detalle técnico: es clave para comprender su calidad, su rareza y, en definitiva, su precio. Ya sea que estés considerando comprar un anillo de diamantes, te apasione la mineralogía o trabajes en el sector joyero, entender estos aspectos te permitirá apreciar y valorar mucho mejor cada gema.
Como es lógico y muchos de nuestros lectores ya sabrán, a lo largo de la historia han existido y, probablemente, existirán diamantes conocidos por su extraña naturaleza, tamaño o procedencia.
La composición del diamante es sorprendentemente simple: carbono puro. Pero no cualquier carbono. En el diamante, los átomos de carbono están unidos entre sí mediante enlaces covalentes muy fuertes. Esta es la clave de su extraordinaria dureza: cada átomo de carbono está conectado a otros cuatro, creando una estructura tridimensional extremadamente resistente.
Aunque el diamante es solo carbono, suele formarse en la naturaleza junto a otros minerales como el olivino o la granada, presentes en rocas llamadas kimberlitas. Sin embargo, el diamante en sí mismo no es una mezcla: es un solo elemento en su forma cristalizada más dura. Esto hace que la composición química de los diamantes sea única.
El enlace covalente entre átomos de carbono es uno de los más fuertes que existen, y es el responsable directo de su resistencia, su transparencia y su punto de fusión extremadamente alto.
La estructura cristalina del diamante es de tipo cúbico centrado en la cara. Esto significa que los átomos de carbono están organizados en una red tridimensional regular y simétrica. Cada átomo se conecta a otros cuatro mediante enlaces covalentes en forma de tetraedro. Esta estructura es lo que le da al diamante su famosa dureza, superior a cualquier otro material natural.
Ambos están hechos de carbono, pero en el grafito los átomos están dispuestos en capas planas y unidas por fuerzas débiles. Por eso el grafito es blando y se usa, por ejemplo, en lápices, mientras que el diamante es extraordinariamente duro y resistente.
También gracias a la estructura molecular del diamante se produce el famoso «fuego» del diamante: su capacidad para refractar la luz de forma intensa y espectacular. Cuanto más perfecta sea su estructura, más brillante será.
Los diamantes naturales se generan a más de 150 km bajo la superficie terrestre, en el manto, donde la combinación de presión extrema y temperaturas superiores a los 1000 °C transforma el carbono en diamante. Este proceso puede tardar entre uno y tres mil millones de años. Posteriormente, erupciones volcánicas los transportan a la superficie dentro de rocas llamadas kimberlitas.
También llamados diamantes sintéticos, se crean replicando en laboratorio las condiciones del manto terrestre en entornos controlados. Existen dos técnicas principales: HPHT (High Pressure High Temperature) y CVD (Chemical Vapor Deposition). En ambos casos, el resultado es un diamante química y estructuralmente igual al natural.
Este punto es clave para muchos compradores: un diamante de laboratorio no es una imitación, es un diamante real con la misma composición y estructura. La diferencia está en el origen, no en la calidad. Puedes profundizar más en aspectos como color, talla y pureza en nuestro artículo sobre las características de los diamantes.
Aquí conviene distinguir entre dos aspectos: la forma natural del cristal y la figura final tras el tallado.
En su estado natural, los diamantes suelen cristalizar formando octaedros, aunque también pueden presentar formas como cubos, dodecaedros o combinaciones de estas. Esta figura geométrica está determinada por la estructura atómica del mineral y su desarrollo durante la cristalización.
En joyería, sin embargo, la forma del diamante hace referencia a su talla. La más clásica y popular es el diamante redondo brillante, diseñado para maximizar la refracción de la luz. Otras formas incluyen talla princesa, esmeralda, oval, pera, marquesa y corazón.
A nivel cristalino, el diamante tiene simetría cúbica, y su figura natural más común es el octaedro. Esta simetría influye directamente en su comportamiento óptico y en su potencial de talla.
Carbono puro (C), sin combinación con otros elementos.
Red tridimensional de átomos de carbono unidos por enlaces covalentes en forma de tetraedros.
Cúbica centrada en la cara (también conocida como estructura de diamante).
A partir de carbono sometido a altísima presión y temperatura en el manto terrestre durante millones de años.
Mediante tecnologías como HPHT o CVD, que replican las condiciones de formación natural en ambientes controlados.
No. El diamante no emite luz propia. Su brillo proviene de su capacidad para reflejar y refractar la luz exterior.
Ahora que conoces la composición y forma del diamante, puedes valorar mucho más su belleza y entender por qué sigue siendo una de las gemas más deseadas del mundo. Si estás pensando en una joya con diamantes, recuerda que no solo importa el brillo, sino también todo lo que hay dentro. En Clemència Peris diseñamos piezas donde la ciencia y la emoción se encuentran en cada corte.